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domingo, 22 de noviembre de 2020

Jesucristo, Rey del Universo

 

 

Jesucristo, Rey del Universo

 

Páginas: Oración |


La celebración de la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, cierra el Año Litúrgico en el que se ha meditado sobre todo el misterio de su vida, su predicación y el anuncio del Reino de Dios.

 

La fiesta de Cristo Rey fue instaurada por el Papa Pío XI el 11 de diciembre de 1925. El Papa quiso motivar a los católicos a reconocer en público que el mandatario de la Iglesia es Cristo Rey.

 

Durante el anuncio del Reino, Jesús nos muestra lo que éste significa para nosotros como Salvación, Revelación y Reconciliación ante la mentira mortal del pecado que existe en el mundo. Jesús responde a Pilatos cuando le pregunta si en verdad Él es el Rey de los judíos: "Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí" (Jn 18, 36). Jesús no es el Rey de un mundo de miedo, mentira y pecado, Él es el Rey del Reino de Dios que trae y al que nos conduce.

 

LA FIESTA

Cristo Rey anuncia la Verdad y esa Verdad es la luz que ilumina el camino amoroso que Él ha trazado, con su Vía Crucis, hacia el Reino de Dios. "Si, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz."(Jn 18, 37) Jesús nos revela su misión reconciliadora de anunciar la verdad ante el engaño del pecado. Así como el demonio tentó a Eva con engaños y mentiras para que fuera desterrada, ahora Dios mismo se hace hombre y devuelve a la humanidad la posibilidad de regresar al Reino, cuando cual cordero se sacrifica amorosamente en la cruz.

 

Esta fiesta celebra a Cristo como el Rey bondadoso y sencillo que como pastor guía a su Iglesia peregrina hacia el Reino Celestial y le otorga la comunión con este Reino para que pueda transformar el mundo en el cual peregrina.

 

La posibilidad de alcanzar el Reino de Dios fue establecida por Jesucristo, al dejarnos el Espíritu Santo que nos concede las gracias necesarias para lograr la Santidad y transformar el mundo en el amor. Ésa es la misión que le dejo Jesús a la Iglesia al establecer su Reino.

 

Se puede pensar que solo se llegará al Reino de Dios luego de pasar por la muerte pero la verdad es que el Reino ya está instalado en el mundo a través de la Iglesia que peregrina al Reino Celestial. Justamente con la obra de Jesucristo, las dos realidades de la Iglesia -peregrina y celestial- se enlazan de manera definitiva, y así se fortalece el peregrinaje con la oración de los peregrinos y la gracia que reciben por medio de los sacramentos. "Todo el que es de la verdad escucha mi voz."(Jn 18, 37) Todos los que se encuentran con el Señor, escuchan su llamado a la Santidad y emprenden ese camino se convierten en miembros del Reino de Dios.

 

"Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tu me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos si están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. ...No te pido que los retires del mundo, sino que los guarde del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad." (Jn 17, 9-11.15-17)

 

Ésta es la oración que recita Jesús antes de ser entregado y manifiesta su deseo de que el Padre nos guarde y proteja. En esta oración llena de amor hacia nosotros, Jesús pide al Padre para que lleguemos a la vida divina por la cual se ha sacrificado: "Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros." Y pide que a pesar de estar en el mundo vivamos bajo la luz de la verdad de la Palabra de Dios.

 

Así Jesucristo es el Rey y el Pastor del Reino de Dios, que sacándonos de las tinieblas, nos guía y cuida en nuestro camino hacia la comunión plena con Dios Amor.

 

¿Por qué Jesucristo es Rey?

Desde la antigüedad se ha llamado Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, en razón al supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así, se dice que:

 

Reina en las inteligencias de los hombres porque El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir obedientemente la verdad;

reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobles propósitos;

reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie —entre todos los nacidos— ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús.

Sin embargo, profundizando en el tema, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey, ya que del Padre recibió la potestad, el honor y el reino; además, siendo Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.

 

Ahora bien, que Cristo es Rey lo confirman muchos pasajes de las Sagradas Escrituras y del Nuevo Testamento. Esta doctrina fue seguida por la Iglesia –reino de Cristo sobre la tierra- con el propósito celebrar y glorificar durante el ciclo anual de la liturgia, a su autor y fundador como a soberano Señor y Rey de los reyes.

 

En el Antiguo Testamento, por ejemplo, adjudican el título de rey a aquel que deberá nacer de la estirpe de Jacob; el que por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las gentes en herencia y en posesión los confines de la tierra.

 

Además, se predice que su reino no tendrá límites y estará enriquecido con los dones de la justicia y de la paz: "Florecerá en sus días la justicia y la abundancia de paz... y dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el otro extrema del orbe de la tierra".

 

Por último, aquellas palabras de Zacarías donde predice al "Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino", había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas, ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas?

 

En el Nuevo Testamento, esta misma doctrina sobre Cristo Rey se halla presente desde el momento de la Anunciación del arcángel Gabriel a la Virgen, por el cual ella fue advertida que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David, y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su reino tuviera jamás fin.

 

El mismo Cristo, luego, dará testimonio de su realeza, pues ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora al responder al gobernador romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora, finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey y públicamente confirmó que es Rey, y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.

 

Pero, además, ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista, adquirido a costa de la redención? Ojalá que todos los hombres, bastante olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador, ya que con su preciosa sangre, como de Cordero Inmaculado y sin tacha, fuimos redimidos del pecado. No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado por precio grande; hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de Jesucristo.

 

Encíclica QUAS PRIMAS del Sumo Pontífice PÍO XI sobre la Fiesta de Cristo Rey

En la primera encíclica, que al comenzar nuestro Pontificado enviamos a todos los obispos del orbe católico, analizábamos las causas supremas de las calamidades que veíamos abrumar y afligir al género humano.

 

Y en ella proclamamos Nos claramente no sólo que este cúmulo de males había invadido la tierra, porque la mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado, sino también que nunca resplandecería una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de nuestro Salvador.

 

La "paz de Cristo en el reino de Cristo"

1. Por lo cual, no sólo exhortamos entonces a buscar la paz de Cristo en el reino de Cristo, sino que, además, prometimos que para dicho fin haríamos todo cuanto posible nos fuese. En el reino de Cristo, dijimos: pues estábamos persuadidos de que no hay medio más eficaz para restablecer y vigorizar la paz que procurar la restauración del reinado de Jesucristo.

 

2. Entre tanto, no dejó de infundirnos sólida, esperanza de tiempos mejores la favorable actitud de los pueblos hacia Cristo y su Iglesia, única que puede salvarlos; actitud nueva en unos, reavivada en otros, de donde podía colegirse que muchos que hasta entonces habían estado como desterrados del reino del Redentor, por haber despreciado su soberanía, se preparaban felizmente y hasta se daban prisa en volver a sus deberes de obediencia.

 

Y todo cuanto ha acontecido en el transcurso del Año Santo, digno todo de perpetua memoria y recordación, ¿acaso no ha redundado en indecible honra y gloria del Fundador de la Iglesia, Señor y Rey Supremo?

 

"Año Santo"

3. Porque maravilla es cuánto ha conmovido a las almas la Exposición Misional, que ofreció a todos el conocer bien ora el infatigable esfuerzo de la Iglesia en dilatar cada vez más el reino de su Esposo por todos los continentes e islas -aun, de éstas, las de mares los más remotos-, ora el crecido número de regiones conquistadas para la fe católica por la sangre y los sudores de esforzadísimos e invictos misioneros, ora también las vastas regiones que todavía quedan por someter a la suave y salvadora soberanía de nuestro Rey.

 

Además, cuantos -en tan grandes multitudes- durante el Año Santo han venido de todas partes a Roma guiados por sus obispos y sacerdotes, ¿qué otro propósito han traído sino postrarse, con sus almas purificadas, ante el sepulcro de los apóstoles y visitarnos a Nos para proclamar que viven y vivirán sujetos a la soberanía de Jesucristo?

 

4. Como una nueva luz ha parecido también resplandecer este reinado de nuestro Salvador cuando Nos mismo, después de comprobar los extraordinarios méritos y virtudes de seis vírgenes y confesores, los hemos elevado al honor de los altares, ¡Oh, cuánto gozo y cuánto consuelo embargó nuestra alma cuando, después de promulgados por Nos los decretos de canonización, una inmensa muchedumbre de fieles, henchida de gratitud, cantó el Tu, Rex gloriae Christe en el majestuoso templo de San Pedro!

 

Y así, mientras los hombres y las naciones, alejados de Dios, corren a la ruina y a la muerte por entre incendios de odios y luchas fratricidas, la Iglesia de Dios, sin dejar nunca de ofrecer a los hombres el sustento espiritual, engendra y forma nuevas generaciones de santos y de santas para Cristo, el cual no cesa de levantar hasta la eterna bienaventuranza del reino celestial a cuantos le obedecieron y sirvieron fidelísimamente en el reino de la tierra.

 

5. Asimismo, al cumplirse en el Año Jubilar el XVI Centenario del concilio de Nicea, con tanto mayor gusto mandamos celebrar esta fiesta, y la celebramos Nos mismo en la Basílica Vaticana, cuanto que aquel sagrado concilio definió y proclamó como dogma de fe católica la consustancialidad del Hijo Unigénito con el Padre, además de que, al incluir las palabras cuyo reino no tendrá fin en su Símbolo o fórmula de fe, promulgaba la real dignidad de Jesucristo.

 

Habiendo, pues, concurrido en este Año Santo tan oportunas circunstancias para realzar el reinado de Jesucristo, nos parece que cumpliremos un acto muy conforme a nuestro deber apostólico si, atendiendo a las súplicas elevadas a Nos, individualmente y en común, por muchos cardenales, obispos y fieles católicos, ponemos digno fin a este Año Jubilar introduciendo en la sagrada liturgia una festividad especialmente dedicada a Nuestro Señor Jesucristo Rey. Y ello de tal modo nos complace, que deseamos, venerables hermanos, deciros algo acerca del asunto. A vosotros toca acomodar después a la inteligencia del pueblo cuanto os vamos a decir sobre el culto de Cristo Rey; de esta suerte, la solemnidad nuevamente instituida producirá en adelante, y ya desde el primer momento, los más variados frutos.

 

I. LA REALEZA DE CRISTO

6. Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así, se dice que reina en las inteligencias de los hombres, no tanto por el sublime y altísimo grado de su ciencia cuanto porque El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir obedientemente la verdad. Se dice también que reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con verdad que Cristo reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad(1) y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie -entre todos los nacidos- ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús. Mas, entrando ahora de lleno en el asunto, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se dice de El que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino(2); porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.

 

a) En el Antiguo Testamento

7. Que Cristo es Rey, lo dicen a cada paso las Sagradas Escrituras.

Así, le llaman el dominador que ha de nacer de la estirpe de Jacob (3); el que por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las gentes en herencia y en posesión los confines de la tierra (4). El salmo nupcial, donde bajo la imagen y representación de un Rey muy opulento y muy poderoso se celebraba al que había de ser verdadero Rey de Israel, contiene estas frases: El trono tuyo, ¡oh Dios!, permanece por los siglos de los siglos; el cetro de su reino es cetro de rectitud (5). Y omitiendo otros muchos textos semejantes, en otro lugar, como para dibujar mejor los caracteres de Cristo, se predice que su reino no tendrá límites y estará enriquecido con los dones de la justicia y de la paz: Florecerá en sus días la justicia y la abundancia de paz... y dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el otro extrema del orbe de la tierra (6).


8. A este testimonio se añaden otros, aún más copiosos, de los profetas, y principalmente el conocidísimo de Isaías: Nos ha nacido un Párvulo y se nos ha dado un Hijo, el cual lleva sobre sus hombros el principado; y tendrá por nombre el Admirable, el Consejero, Dios, el Fuerte, el Padre del siglo venidero, el Príncipe de Paz. Su imperio será amplificado y la paz no tendrá fin; se sentará sobre el solio de David, y poseerá su reino para afianzarlo y consolidarlo haciendo reinar la equidad y la justicia desde ahora y para siempre (7). Lo mismo que Isaías vaticinan los demás profetas. Así Jeremías, cuando predice que de la estirpe de David nacerá el vástago justo, que cual hijo de David reinará como Rey y será sabio y juzgará en la tierra (8). Así Daniel, al anunciar que el Dios del cielo fundará un reino, el cual no será jamás destruido..., permanecerá eternamente (9); y poco después añade: Yo estaba observando durante la visión nocturna, y he aquí que venía entre las nubes del cielo un personaje que parecía el Hijo del Hombre; quien se adelantó hacia el Anciano de muchos días y le presentaron ante El. Y diole éste la potestad, el honor y el reino: Y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán: la potestad suya es potestad eterna, que no le será quitada, y su reino es indestructible (10). Aquellas palabras de Zacarías donde predice al Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino, había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas (11), ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas?


b) En el Nuevo Testamento

9. Por otra parte, esta misma doctrina sobre Cristo Rey que hemos entresacado de los libros del Antiguo Testamento, tan lejos está de faltar en los del Nuevo que, por lo contrario, se halla magnífica y luminosamente confirmada.


En este punto, y pasando por alto el mensaje del arcángel, por el cual fue advertida la Virgen que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David su padre y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su reino tuviera jamás fin (12), es el mismo Cristo el que da testimonio de su realeza, pues ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora al responder al gobernador romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora, finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey (13) y públicamente confirmó que es Rey (14), y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra (15). Con las cuales palabras, ¿qué otra cosa se significa sino la grandeza de su poder y la extensión infinita de su reino? Por lo tanto, no es de maravillar que San Juan le llame Príncipe de los reyes de la tierra (16), y que El mismo, conforme a la visión apocalíptica, lleve escrito en su vestido y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de los que dominan (17). Puesto que el Padre constituyó a Cristo heredero universal de todas las cosas (18), menester es que reine Cristo hasta que, al fin de los siglos, ponga bajo los pies del trono de Dios a todos sus enemigos (19).


c) En la Liturgia

10. De esta doctrina común a los Sagrados Libros, se siguió necesariamente que la Iglesia, reino de Cristo sobre la tierra, destinada a extenderse a todos los hombres y a todas las naciones, celebrase y glorificase con multiplicadas muestras de veneración, durante el ciclo anual de la liturgia, a su Autor y Fundador como a Soberano Señor y Rey de los reyes.


Y así como en la antigua salmodia y en los antiguos Sacramentarios usó de estos títulos honoríficos que con maravillosa variedad de palabra expresan el mismo concepto, así también los emplea actualmente en los diarios actos de oración y culto a la Divina Majestad y en el Santo Sacrificio de la Misa. En esta perpetua alabanza a Cristo Rey descúbrese fácilmente la armonía tan hermosa entre nuestro rito y el rito oriental, de modo que se ha manifestado también en este caso que la ley de la oración constituye la ley de la creencia.


d) Fundada en la unión hipostática

11. Para mostrar ahora en qué consiste el fundamento de esta dignidad y de este poder de Jesucristo, he aquí lo que escribe muy bien San Cirilo de Alejandría: Posee Cristo soberanía sobre todas las criaturas, no arrancada por fuerza ni quitada a nadie, sino en virtud de su misma esencia y naturaleza (20). Es decir, que la soberanía o principado de Cristo se funda en la maravillosa unión llamada hipostática. De donde se sigue que Cristo no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas.


e) Y en la redención

12. Pero, además, ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista, adquirido a costa de la redención? Ojalá que todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador. Fuisteis rescatados no con oro o plata, que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero Inmaculado y sin tacha (21). No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado por precio grande (22); hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de Jesucristo (23).


II. CARÁCTER DE LA REALEZA DE CRISTO


A) Triple potestad

13. Viniendo ahora a explicar la fuerza y naturaleza de este principado y soberanía de Jesucristo, indicaremos brevemente que contiene una triple potestad, sin la cual apenas se concibe un verdadero y propio principado. Los testimonios, aducidos de las Sagradas Escrituras, acerca del imperio universal de nuestro Redentor, prueban más que suficientemente cuanto hemos dicho; y es dogma, además, de fe católica, que Jesucristo fue dado a los hombres como Redentor, en quien deben confiar, y como legislador a quien deben obedecer (24). Los santos Evangelios no sólo narran que Cristo legisló, sino que nos lo presentan legislando. En diferentes circunstancias y con diversas expresiones dice el Divino Maestro que quienes guarden sus preceptos demostrarán que le aman y permanecerán en su caridad (25). El mismo Jesús, al responder a los judíos, que le acusaban de haber violado el sábado con la maravillosa curación del paralítico, afirma que el Padre le había dado la potestad judicial, porque el Padre no juzga a nadie, sino que todo el poder de juzgar se lo dio al Hijo (26). En lo cual se comprende también su derecho d

 


miércoles, 22 de abril de 2020

ORACIONES DE LA NOCHE


ORACIONES DE LA NOCHE

Así como nuestro primer pensamiento del día debe ser para Dios, también debe serlo el último. No se te pase nunca por alto la oración de la noche, antes de acostarte.

Antes de cerrar los ojos, 
los labios y el corazón,
al final de la jornada, 
¡buenas noches!, Padre Dios.

Gracias por todas las gracias
que nos ha dado tu amor;
si muchas son nuestras deudas,
infinito es tu perdón. 
Mañana te serviremos, 
en tu presencia, mejor.

A la sombra de tus alas, 
Padre nuestro, abríganos. 
Quédate junto a nosotros 
y danos tu bendición.

Antes de cerrar los ojos, 
los labios y el corazón, 
al final de la jornada, 
¡buenas noches! Padre Dios

Gloria al Padre omnipotente, 
gloria al Hijo Redentor, 
gloria al Espíritu Santo: 
tres personas, sólo un Dios. 
Amén.

 Sagrado Corazón de Jesús Dios mío, Jesucristo: Te doy gracias por todos los beneficios que has dispensado en este día. Te ofrezco mi sueño y todos los momentos de esta noche y te pido me conserves en ella sin pecado. Por esto me pongo dentro de tu santísimo Costado y bajo el manto de mi Madre, la Virgen María. Asístanme y guárdenme en paz los santos Ángeles y venga sobre mí tu Bendición.

Examina ahora brevemente tu conciencia, meditando sobre los puntos siguientes:

Pensamientos:
¿Consentí voluntariamente en algún mal pensamiento…., en el deseo o complacencia de alguna cosa impura?

Palabras:
¿Pronuncié malas palabras…, juramentos…, murmuraciones…, mentoras…,?
¿Tuve conversaciones deshonestas?

Obras:
¿Omisión de la Misa en días de precepto? ¿Desobediencias…, impaciencias…,m hurtos…,? ¿Malas miradas o acciones impuras…? ¿Excesos en comidas o bebidas…, juegos y diversiones…? ¿Cómo he cumplido mis deberes?

Pide perdón a Dios de todo corazón y di con dolor:

 Cristo Rey Señor mío, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Tú quien eres, Bondad infinita, y porque te amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberte ofendido; también me pesa porque puedes castigarme con las penas del infierno.

Ayudado de tu Divina Gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta.

Padre Nuestro, Ave María, Credo.

Angel de la Guarda 

Ángel de Dios, ángel de Dios: ya que la soberana Piedad a Ti me encomendó, ilumíname, rígeme, guárdame y gobiérname en esta noche. Amén.

Visita, Señor, esta habitación y ahuyenta de ella todas las asechanzas del enemigo. Estén aquí tus santos Ángeles, que nos guarden en paz, y Tú danos tu Santa Bendición, por los méritos de Cristo Nuestro Señor. Amén.

ORACIONES PARA TODOS LOS DOMINGOS



ORACIONES PARA TODOS LOS DOMINGOS

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

PRIMERA ORACIÓN:

Señor Dios, Rey Omnipotente: en tus manos están puestas todas las cosas. ¿Si quieres salvar a tu pueblo nadie puede resistir a Tu Majestad?
 Señor: Dios de nuestros padres: ten misericordia de tu pueblo porque los enemigos del alma quieren perdernos y las dificultades que se nos presentan son muy grandes. Tú has dicho: "Pedid y se os dará. El que pide recibe. Todo lo que pida al Padre en mi nombre os lo concederá. Pero pedid con fe". Escucha pues nuestras oraciones. Perdona nuestras culpas. Aleja de nosotros los castigos que merecemos y haz que nuestro llanto se convierta en alegría, para que viviendo alabemos tu Santo Nombre y continuemos alabándolo eternamente en el cielo. Amén.

Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.


SEGUNDA ORACIÓN:

Señor, Dios eterno, alegres te cantamos, a ti nuestra alabanza, a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.

Postrados ante ti, los ángeles te adoran y cantan sin cesar: Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo; llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles, la multitud de los profetas te enaltece, y el ejército glorioso de los mártires te aclama.

A ti la Iglesia santa, por todos los confines extendida, con júbilo te adora y canta tu grandeza: Padre infinitamente santo, Hijo eterno, unigénito de Dios, Santo Espíritu de amor y de consuelo.

Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria, tú el Hijo y Palabra del Padre, tú el Rey de toda la creación. Tú para salvar al hombre, tomaste la condición de esclavo en el seno de una virgen.

Destruiste la muerte y abriste a los creyentes las puertas de la gloria. Tú vives ahora, inmortal y glorioso, en el reino del Padre. Tú vendrás algún día, como juez universal.

Muéstrate, pues, amigo y defensor de los hombres que salvaste. Y recíbelos por siempre allá en tu reino, con tus santos y elegidos.

Salva a tu pueblo, Señor, y bendice a tu heredad. Sé su pastor, y guíalos por siempre. Día tras día te bendeciremos y alabaremos tu nombre por siempre jamás.

Dígnate, Señor, guardarnos de pecado en este día. Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad de nosotros. Que tú misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. A ti, Señor, me acojo, no quede yo nunca defraudado.
Amén.

Tomado del libro Oremos viviendo el amor y la misericordia de Dios Nº 3



TERCERA ORACIÓN:

Líbrame Señor, yo te lo ruego de todo corazón, de cuantos males pasados, presentes y futuros, tanto del alma como del cuerpo, puedan aquejarme, concediéndome por vuestra bondad la paz, la salud, la tranquilidad y cuanto pueda redundar en la honra y gloria vuestra. Sedme propicio, Dios y creador mío, y acordarme la paz y la salud durante mi vida, haciendo que esta vuestra criatura logre siempre estar asistida del socorro de vuestra misericordia y que no sea jamás esclava del pecado ni del temor de ninguna turbación; por el mismo Jesucristo vuestro hijo, nuestro Señor, que siendo Dios vive en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.

Que la paz del Señor sea siempre contigo. Así sea.
Que esta paz celeste, Señor, que has dejado a tus discípulos, permanezca siempre firme en mi corazón y sea siempre entre mis enemigos y yo como muralla infranqueable.
Que la paz del Señor, su cara y su cuerpo me ayuden y protejan mi alma y mi cuerpo. Así sea.

Cordero de Dios, nacido de la Virgen María, que al estar en la cruz has lavado al mundo de sus pecados, ten piedad de mi alma y de mi cuerpo; Cristo Cordero de Dios, inmolado por el bien del mundo, ten piedad de mi alma y de mi cuerpo;
Cordero de Dios, por el cual todos los fieles han sido salvados, dadme tu paz eterna así en la vida de la muerte como en la muerte de la vida. Así sea.


CUARTA ORACIÓN

Líbrame, Señor de la codicia:
de atarme a las riquezas, como el que se sujeta
con un cinturón de seguridad al avión que vuela a su destino…

Líbrame, Señor y hazme prudente:
que me ofrezca sin esperar nada a cambio,
que exprima lo mejor de mí mismo en favor de mis hermanos,
que trabaje con los dones que me has dado
de manera que me sirvan de camino para llegar a Ti.
Que sea mi riqueza vivir para hacer tu voluntad.
Porque Tú eres mi riqueza y sin ti nada hay bueno para mí.

Líbrame, Señor, de toda codicia:
la del espíritu y la técnica, la de la fama y el dinero:
ídolos que me hacen orgulloso e insensible
y que, inconscientemente, exigen su ración diaria
de sangre y de lágrimas ajenas.

Líbrame, Señor, y hazme prudente,
para que no te busque por interés
sino porque tus promesas superan todas mis demandas;
para que te busque porque eres la mejor oferta posible,
para que te quiera porque siempre esperas de mí lo mejor,
para que te ame porque experimento que tú me amas desde siempre.
Porque Tú eres mi riqueza y sin ti nada hay bueno para mí.

Líbrame, Señor, de toda codicia:
la del brillo pasajero, la de la moneda de dos caras,
la que nunca satisface mi ansiedad
ni llena el vacío de la trascendencia…,
y que, inconscientemente, exigen su ración diaria
de sangre y de lágrimas ajenas.

Líbrame, Señor, de toda codicia,
porque Tú eres mi riqueza y sin ti nada hay bueno para mí.

Isidro Lozano


QUINTA ORACIÓN
Gracias Señor por este nuevo día, la llegada del domingo nos recuerdo el inicio de una nueva semana, de un nuevo caminar, de cerrar etapas, la oportunidad de un caminar diferente.
 Dame Señor sabiduría para entender tu voluntad, para descubrir tus caminos. Dame fuerza de voluntad para saber abrazar mi cruz de cada día y aprender a verla como instrumento de salvación.
Dame la gracia de saber poner el mayor amor posible en cada acción, en cada palabra, por pequeña que parezca, pues para ti Señor no hay obra pequeña, todo depende de la intensidad de amor con que se realiza.
 Muéstrame Señor el camino, dime por donde caminar, pues tú eres Señor nuestro refugio, el camino, la vida, Amén.
(Pbro.Tavo).

  

ORACIONES DE LA MAÑANA



ORACIONES DE LA MAÑANA 

+ Por la señal de la Santa Cruz, + de nuestros enemigos + líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

ORACION AL ESPIRITU SANTO
CARDENAL VERDIER

Oh Espíritu Santo,
Amor Del Padre, Y Del Hijo,

Inspírame Siempre
Lo Que Debo Pensar,
Lo Que Debo Decir,
Cómo Debo Decirlo,
Lo Que Debo Callar,
Cómo Debo Actuar,
Lo Que Debo Hacer,
Para Gloria De Dios,
Bien De Las Almas
Y Mi Propia Santificación.

Espíritu Santo,
Dame Agudeza Para Entender,
Capacidad Para Retener,
Método Y Facultad Para Aprender,
Sutileza Para Interpretar,
Gracia Y Eficacia Para Hablar.

Dame Acierto Al Empezar
Dirección Al Progresar
Y Perfección Al Acabar.
Amén.

ÁNGELUS 

Oración que se  hará a las 6:00 am; a las 12:00 del mediodía y a las 6:00 pm.

V. El Ángel del Señor anunció a María,
R. Y concibió por obra del Espíritu Santo.
Avemaría.

V.
 He aquí la esclava del Señor.
R. Hágase en mí según tu palabra.
Avemaría.

V. Y el Verbo se hizo carne.
R. Y habitó entre nosotros.
Avemaría.

V. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios,
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

Oración
Te suplicamos, Señor, que derrames tu gracia en nuestras almas para que los que, por el anuncio del Ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo Jesucristo, por su Pasión y Cruz seamos llevados a la gloria de su Resurrección. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor.
R. Amén.

Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. (repetir 3 veces)

V. A todos los fieles difuntos, dales Señor el descanso eterno. R. Y brille sobre ellos la luz eterna.
V. Que descansen en paz.
R. Amén.

OFRECIMIENTO DIARIO
Ven Espíritu Santo
inflama nuestros corazones 
en las ansias redentoras del Corazón de Cristo 
para que ofrezcamos de veras
nuestras personas y obras 
en unión con Él 
por la redención del mundo

Señor mío y Dios mío Jesucristo
Por el Corazón Inmaculado de María
me consagro a tu Corazón
y me ofrezco contigo al Padre
en tu Santo Sacrificio del altar
con mi oración y mi trabajo
sufrimientos y alegrías de hoy 
en reparación de nuestros pecados 
y para que venga a nosotros tu Reino

Te pido en especial
Por el Papa y sus intenciones
Por nuestro Obispo y sus necesidades 
Por nuestro Párroco y sus necesidades

Oh Dios, que en el corazón de tu Hijo,
herido por nuestros pecados,
has depositado infinitos tesoros de caridad;
te pedimos que,
al rendirle el homenaje de nuestro amor,
le ofrezcamos una cumplida reparación.
Por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén.
COMUNIÓN ESPIRITUAL 
Fórmula de San Alfonso María de Ligorio
Creo, Jesús mío, que estáis realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar. 
Os amo sobre todas las cosas y deseo recibiros en mi alma.
Pero como ahora no puedo recibiros sacramentado,
venid a lo menos espiritualmente a mi corazón. 

(Pausa en silencio para adoración)

Como si ya os hubiese recibido, os abrazo y me uno todo a Vos.
No permitáis, Señor, que jamás me separe de Vos. Amén.
Eterno Padre os ofrezco la Sangre, el Alma, el Espíritu, el Cuerpo y la Divinidad preciosísima de Tu Hijo Jesús en expiación de mis pecados, los pecados del mundo entero y las necesidades de nuestra Santa Iglesia Católica. Amén.
ALMA DE CRISTO
Alma de Cristo, santifícame
Cuerpo de Cristo, sálvame
Sangre de Cristo, embriágame
Agua del costado de Cristo, lávame
Pasión de Cristo, confórtame
¡Oh, buen Jesús!, óyeme
Dentro de tus llagas, escóndeme
No permitas que me aparte de Ti
Del maligno enemigo, defiéndeme
En la hora de mi muerte, llámame
Y mándame ir a Ti
Para que con tus santos te alabe
Por los siglos de los siglos. Amén.
ORACIÓN DE SAN IGNACIO
Tomad, Señor, y recibid
toda mi libertad, 
mi memoria,
mi entendimiento
y toda mi voluntad;
todo mi haber y mi poseer.
Vos me disteis,
a Vos, Señor, lo torno.
Todo es Vuestro:
disponed de todo
según Vuestra Voluntad.
Dadme Vuestro Amor y  Gracia,
que ésta me basta. Amén.
AL PADRE ETERNO
Señor y Dios mío, en quien creo, en quien espero, a quien adoro y amo con todo mi corazón; te doy gracias por haberme creado, redimido, hecho cristiano y por haberme conservado la vida en esta noche.

Te ofrezco todos mis pensamientos, palabras, obras y trabajos del presente día, a mayor honra y gloria tuya, en penitencia por mis pecados y en sufragio de las almas del purgatorio.

Dame, Señor, tu gracia para que pueda servirte fielmente en este día, y me vea libre de todo pecado y de todo mal. Amén.

Padre nuestro...; Dios te salve María...; y Gloria.... 
CONSAGRACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN 
Oh Jesús mío, por medio del Corazón Inmaculado de María Santísima, te ofrezco las oraciones, obras y trabajos del presente día, para reparar las ofensas que se te hacen y por las demás intenciones de tu Sagrado Corazón. 
CONSAGRACIÓN A MARÍA
Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco del todo a ti, y en prueba de mi filial afecto, te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra, todo mi ser. Ya que soy del todo tuyo, oh Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén. 
BENDITA SEA TU PUREZA
Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea,
pues todo un Dios se recrea,
en tan graciosa belleza.
A Ti celestial princesa,
Virgen Sagrada María,
te ofrezco en este día,
alma vida y corazón.
Mírame con compasión,
no me dejes, Madre mía.
ACTOS DE FE, ESPERANZA Y CARIDAD 
- Creo En Dios Padre; Creo En Dios Hijo; Creo En Dios Espíritu Santo; Creo En La Santísima Trinidad; Creo En Mi Señor Jesucristo, Dios Y Hombre Verdadero. 

- Espero En Dios Padre; Espero En Dios Hijo; Espero En Dios Espíritu Santo; Espero En La Santísima Trinidad; Espero En Mi Señor Jesucristo, Dios Y Hombre Verdadero. 

- Amo a Dios Padre; amo A Dios Hijo; amo A Dios Espíritu Santo; amó a La Santísima Trinidad; amo a Mi Señor Jesucristo, Dios y Hombre Verdadero. Amo a María Santísima, Madre De Dios y  Madre nuestra y amo a mi prójimo como a mi mismo. Amén.
EL CREDO
Creo en Dios, Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo su único Hijo Nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo.
Nació de Santa María Virgen, 
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre, todopoderoso.
Desde allí va a venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia católica
la comunión de los santos, el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén
A SAN JOSÉ
San José, custodio amante, 
de Jesús y de María, 
enséñame a vivir siempre en tan dulce compañía.

Sé mi maestro y mi guía  en la vida de oración;  dame paciencia, alegría y humildad de corazón.
No me falte en este día tu amorosa protección, 
ni en mi última agonía tu piadosa intercesión.

Padrenuestro....; Avemaría...; Gloria...;

San José, patrono de la Iglesia Universal, ruega por nosotros. 
AL ÁNGEL DE LA GUARDA
Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, no me dejes solo que me perdería. 

Ángel de Dios, que eres mi custodio, ya que la soberana piedad me ha encomendado a ti, ilumíname, guárdame, rígeme y gobiérname en este día. Amén.
ORACIÓN AL SANTO ÁNGEL DE LA GUARDA
Ángel santo de la guarda, compañero de mi vida, tú que nunca me abandonas, ni de noche ni de día.

Aunque espíritu invisible, se que te hallas a mi lado, escucha mis oraciones y cuenta todos mis pasos.

En las sombras de la noche, me defiendes del demonio, tendiendo sobre mi pecho tus alas de nácar y oro.

Ángel de Dios, que yo escuche tu mensaje y que lo siga, que vaya siempre contigo hacia Dios, que me lo envía.

Testigo de lo invisible, presencia del cielo amiga, gracias por tu fiel custodia, gracias por tu compañía.

En presencia de los Ángeles, suba al cielo nuestro canto: gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo. Amén.
A la Sagrada Familia
Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.
Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María, con vos descanse en paz el alma mía.
ORACIÓN AL ESCUDO DE LA VERDAD
Y UNCIÓN DE SAN MIGUEL
"Te extiendo la unción de San Miguel."
“San Miguel, tú eres nuestra protección y nuestra defensa contra el mal.  Coloca tu Escudo de la Verdad sobre nosotros y defiéndenos en la batalla que Satanás libra contra la verdad.  Ayúdanos a reconocer el sendero recto del Amor Santo.”
“Clarifica nuestras decisiones entre el bien y el mal colocándonos siempre al amparo de tu Escudo de la Verdad. María, Protectora de la Fe, ven en mi auxilio. Amén.”   
AL ARCÁNGEL SAN MIGUEL
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla.

Sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio.
Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tú Príncipe de la Milicia Celestial, arroja al infierno con el divino poder a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén."

(Aunque no es obligación, se puede continuar con gran provecho  la práctica de rezar esta oración después de la Santa Misa como se hacía antes del Conc. Vat. II.)
EL BREVE DE SAN ANTONIO DICE:
 He aquí la Cruz † del Señor: Huid, todos mis enemigos. Venció el León de la Tribu de Judá, la raíz de David.  Aleluya.

V. San Antonio que haces huir a los demonios, ruega por nosotros.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

ORACIÓN:
Haced, oh Señor, que la intercesión de vuestro Confesor y Doctor San Antonio llene de alegría a vuestra Iglesia, para que siempre sea protegida con los auxilios espirituales y merezca alcanzar los eternos gozos. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

De las asechanzas del demonio, líbranos, oh glorioso San Antonio.
ORACIÓN DE LIMPIEZA CON LA SANGRE 
DEL CORDERO DE DIOS 
Oh Sangre del cordero de Dios:
Aparta de mi mente todo mal pensamiento, purifica mis acciones y movimientos.

Que tu Sangre Señor Jesús, limpie la oscuridad que hay en mi mente y me libere de toda mal acción y pensamiento.

Oh Sangre del cordero de Dios: Derramada en la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo, filtrate por mi mente y destruye todo mal pensamiento y toda falsa imaginación, que el enemigo de mi alma quiere ponerme para robarme la paz. 

Que el escudo de tu Sangre redentora Señor Jesús, proteja mi mente y mis pensamientos de todo dardo incendiario del maligno. Te lo pido Sangre Divina, se mi amparo y protección en todos mis caminos. Amén.
 
Modo de rezar las tres Avemarías:
 María Madre Mía; líbrame de caer en pecado mortal.

1. Por el poder que te concedió el Padre Eterno.
Avemaría...

2. Por la sabiduría que te concedió el Hijo.
Avemaría...

3. Por el Amor que te concedió el Espíritu Santo.
Avemaría...

Se finaliza con un Gloria... y la jaculatoria:
 "Oh María, por tu Inmaculada Concepción, purifica mi cuerpo y santifica mi alma"
(La cual concede Indulgencia otorgada por San Pío X).